Libro Ser dios  

O de cómo, queriendo ser dios, la Inocente Gaviolita se convirtió en diosEsa por no saber enfrentarse a sus rivales

Incidente Tercero

 
 
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FEMINISTAS

Incidente Tercero

          Complicaciones y más complicaciones. Eso es lo que estoy sacando de esto de ser dios extemporáneo.

         Saben ustedes que, en cuantito asciende uno en cualquiera de los órdenes de la vida (si es que ahora puede hablarse de vida sin añadirle un “eterna” detrás) entra el hormiguillo de hacerlo público.

         Eso es lo que me sucedió recientemente. Que, aprovechando el mogollón de gente que se acumuló con el cambio de mi Vicario Terrestre, me faltó tiempo para informar a todo el que quiso saberlo que dios, lo que se dice dios, no había más que una menda en el trono, porque su Titular -ya saben: el Dios de las mayúsculas- me había traspasado los poderes a petición propia.

         Reacciones hubo para todos los gustos, desde las de los Monseñores, que tanto alardean de fe como desfallecen ante cualquier innovación divina, como las de los descreídos que, a bocajarro, me soltaron cosas que se resumirían en “…no hemos creído nunca en el Dios Verdadero… como para ponernos ahora con la  mandaga de creer en sustitutos falsos y de repuesto”.

         Como en esto de la fe hay que tener paciencia con los impíos, pues no me incomodé en demasía con sus apostasías rastreras. Es más: quiero recordar que, según las enseñanzas del “RIPALDA”, la fe es algo así como una inspiración, un don divino que mi Antecesor repartía a su capricho. Vamos: una concesión administrativa del Departamento del Espíritu Santo. Así que tendré que ocuparme de hablar con tan Alto Funcionario, y  que me ilustre sobre los méritos exigibles para conceder la fe a los optantes e incluso a los agnósticos. Puede tener su gracia eso de jugar al escondite…

         Pero, volviendo a lo de la publicidad. Cayó en mis manos hace poco un librillo de medio pelo, pero lo suficientemente retorcido como para no poder ignorar su entorno. Me refiero a <MI LUCHA> de un tal Hitler, en el que propone la propaganda como arma letal de cualquier resistencia humana. Y, mal aconsejada sin duda, utilicé las aglomeraciones morituri-papales para la divulgación de mi divinidad.

         ¡Nunca lo hubiera hecho!

         No habían pasado ni veinticuatro horas terrestres cuando me llegó el bueno de San Pedro que, en fase de recuperación momentánea de las liturgias y conmemoraciones de la recepción oficial de su Colega, -ya sabéis: el tal JuanPablo-Dos, recién incorporado a estos pagos-, mostraba nuevamente un rostro demudado.

          -Mira, dios, que tengo en la puerta una delegación de Feministas que piden audiencia…

          Aunque con ciertos reparos, siempre me cayeron bien las Feministas, no tanto por su aspecto -de lo cual hablaremos en otra ocasión- como por el contrapeso que supusieron en su momento a lo más cerril de la dictadura testicular. Que ya se sabe que, en la Tierra, todo es un equilibrio inestable.

          -Que pasen –respondí sin demasiada atención al horror dibujado en la cara de mi SantoPortero.

          -¿Quieres que avise al Arcángel SanRafael?

          -¿Y qué pinta él en esta entrevista? –inquirí con desconcierto.

          -Lo digo porque el chico maneja bien la espada de fuego cuando ha de vérselas con dragones o con Adanes y Evas insurgentes. Y te juro, dios, que éstas vienen echando fuego por la boca...

          -¡Sin faltar, Pedro! Que de seguro que con el Anterior no andabas en juramentos. Exijo, por lo menos, el mismo respeto que te gastas con Él -acabé con la voz chillona bien a mi pesar.

          -Pues, perdona, dios. Y como tú quieras. Pero, eso sí: no me vengas luego con chorreos. Que los dioses humanos siempre os las arregláis para buscar cabezas de turco donde descargar los mandobles de vuestros reveses. Tú mandas, y yo, chitón.

          -¡El que avisa no es traidor! –iba rumiando mientras se dirigía hacia la entrada de mi nueva ResidenciaCelestial.

          -¡Dios, mío! –grité cuando vi aparecer las pancartas enrristradas apuntando directamente a mis atributos y potencias.

                  -¡De eso nada, monada! A mí, ni mentarme, –oí canturrear al Excedente, tendido, como estaba, a la bartola, –lagarto, lagarto como veréis- sobre su TreguaDivina, mientras bebía con fruición una copa de néctar luminoso.

          Si las miradas mataran, -suponiendo que Dios sea morible en serio, y no de mentirijillas resucitables como lo del Calvario- pueden estar seguros de que mi Antecesor ya estaría muerto. Pero no me quedaban demasiados alientos para librar batalla doble contra DominusMeum y contra aquellas Poseídas.

          -¡No te dará vergüenza!

          Ese fue su saludo. Les juro por mí misma que esas fueron sus primeras palabras. Y yo, como si no fuera dios: medio alelada. Como siempre que tengo que enfrentarme a asaltos huérfanos de las mínimas delicadezas sociales.

          -Ea, ea, vamos a tranquilizarnos –dije conciliadora.

          -¡Fascista!

-¡Traidora!

-¡Esquirola!

-¡Indigna!

          La reciedumbre del coro de mis colegas humanitas contrastaba con las beatíficas aleluyas de los celestes:

          -¡Qué carácter!

         -¡La que se está armando!

         -Si es que “el nuevo” no está en lo que tiene que estar...

         -Y mira que se lo advirtió San Pedro...

          Y lo que más me dolía y sofocaba: el DiosMío con sus guasitas:

          - Ji, ji, jiiiiii

          -¡Se acabó el carbón! –grité en un arranque- O dejáis de armar barullo o retiro de la circulación a todos los solteros y divorciados que quedan por ahí y os dejo en la paz de un mundo ideal de casados y Gays...

 Vuelvo a jurar, aunque sea abdicando de mi condición divina: Les juro que no se me ocurrió otra cosa.

 Aunque cosa del Espíritu Santo debió de ser, porque tengo para mí que me tiene querencia. Lo cierto es que el coro de las arpías cesó en sus cacareos haciéndose un silencio momentáneo que dejó en evidencia las insidiosas risitas Divinas.

 -Ji, ji, jiiii...

 ¡Pero surtió un efecto fulminante! (Tendré que apuntar este descubrimiento que de manera tan eficaz desarma alborotos entre las féminas)

 -¿Se puede saber a qué viene este guirigay? –dije aprovechando el desconcierto-. ¿Es que ya no recordáis lo que me costó entenderos antes de apuntarme a vuestras barahúndas y meterme en vuestros fregados? ¿Sabéis cuántos novios se me han aflojado en el peor momento cuando se enteraban de mis habilidades divorciadoras y de mis trucos legales...? ¿Y vais ahora a armarme el pollo por ser dios?

-¡…!

-¡Lo que puede la envidia! –acabé gritando con todo el volumen de mi cargo.

 -¡De envidia, nada, Gaviolita! -soltó la cabecilla de la manifestación que, por más señas, era la Belisaria, aquella Abogada que vino a aprender maneras leguleyas en mi Despacho y acabó alzándome el eventual novio que con tantos ardides  había conseguido embaucar-. Pero lo que has hecho no lo esperábamos de ti, que tanto prometías, -acabó dejando en suspenso una sonrisa amenazadora.

 -Mira, rica, porque soy dios y tengo que guardar la compostura, que si no, hace tiempo que te habría arrancado los pelos. Que lo del Bartolo…

 -Bueno, vale. No vamos a pelearnos nosotras por un hombre más o menos… -dijo reculando ante mi estatura oficial-. A fin de cuentas ya sabrás que el Bartolo era como todos, y se largó con el putón verbenero de mi segunda secretaria... Pero…, Gaviola, lo que no es, no es. ¿Tanto te costaba guardar las apariencias aunque sólo fuera por el bien de la causa?

 -Hija, pues si no te explicas...

 -Se trata de haber aceptado ¡SER DIOS! ¿No quedamos en que los dioses no tienen “atributos”, por llamarlo de alguna manera? Entonces ¿por qué leches no utilizas tu poder actual para machacar a favor de nuestra causa?

 -¡Vaya lenguaje, guapa! Si es que no cambias. Y mira: pues porque no quiero usar este puesto para forrarme; así que, si lo que esperas es que te firme facturas amañadas para lo de las subvenciones, vas lista -dije sin mucho convencimiento.

 - ¡Que no es eso, tontainas! Pero, -gritó fuera de sí- ¿qué trabajo te hubiera costado ¡ser DIOSESA!

 -¡Ya estamos con la murga! –pensé sin atreverme a decir esta boca es mía a pesar de las dimensiones de su apertura descoyuntante.

 *

 Desde algún rincón oculto me llegó el murmullo:

 -Apuesto siete plumas a que ahora se enzarzan en lo de las vírgenes...

 -¡Hecho! Pero las quiero del buche. Que las de las alas llevan cañones.

 -¡Vale!

 -¿Y tú cómo lo ves?

 -Malamente. Que a ésta le alzan el cargo como le alzaron al Bartolo…

*   *   *

-Ay, DominusMeum.  ¡Vade, retro! ¿Alguien  puede acercarme una aspirinaaaaaaaaa?

 -¡Manda buebos! ¡Un dios con dolor de cabeza! ¡Lo que hay que ver! Claro que… ¿por qué no DiosEsa?

Gaviola
Marineda. 21.4.200
5

        

 

 
 

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