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FEMINISTASComplicaciones y más complicaciones. Eso es lo que estoy sacando de esto de ser dios extemporáneo.
Saben ustedes que,
en cuantito asciende uno en cualquiera de los órdenes de la vida
(si es que ahora puede hablarse de vida sin añadirle un “eterna”
detrás) entra el hormiguillo de hacerlo público.
Eso es lo que me
sucedió recientemente. Que, aprovechando el mogollón de gente
que se acumuló con el cambio de mi Vicario Terrestre, me faltó
tiempo para informar a todo el que quiso saberlo que dios, lo
que se dice dios, no había más que una menda en el trono, porque
su Titular -ya saben: el Dios de las mayúsculas- me había
traspasado los poderes a petición propia.
Reacciones hubo
para todos los gustos, desde las de los Monseñores, que tanto
alardean de fe como desfallecen ante cualquier innovación
divina, como las de los descreídos que, a bocajarro, me soltaron
cosas que se resumirían en “…no hemos creído nunca en el Dios
Verdadero… como para ponernos ahora con la
mandaga de creer en sustitutos falsos y de repuesto”.
Como en esto de la
fe hay que tener paciencia con los impíos, pues no me incomodé
en demasía con sus apostasías rastreras. Es más: quiero recordar
que, según las enseñanzas del “RIPALDA”, la fe es algo
así como una inspiración, un don divino que mi Antecesor
repartía a su capricho. Vamos: una concesión administrativa del
Departamento del Espíritu Santo. Así que tendré que ocuparme de
hablar con tan Alto Funcionario, y
que me ilustre sobre los méritos exigibles para conceder
la fe a los optantes e incluso a los agnósticos. Puede tener su
gracia eso de jugar al escondite…
Pero, volviendo a
lo de
¡Nunca lo hubiera
hecho!
No habían pasado ni
veinticuatro horas terrestres cuando me llegó el bueno de San
Pedro que, en fase de recuperación momentánea de las liturgias y
conmemoraciones de la recepción oficial de su Colega, -ya
sabéis: el tal JuanPablo-Dos, recién incorporado a estos pagos-,
mostraba nuevamente un rostro demudado.
-Mira, dios, que
tengo en la puerta una delegación de Feministas que piden
audiencia…
Aunque con ciertos
reparos, siempre me cayeron bien las Feministas, no tanto por su
aspecto -de lo cual hablaremos en otra ocasión- como por el
contrapeso que supusieron en su momento a lo más cerril de la
dictadura testicular. Que ya se sabe que, en la Tierra, todo es
un equilibrio inestable.
-Que pasen
–respondí sin demasiada atención al horror dibujado en la cara
de mi SantoPortero.
-¿Quieres que avise
al Arcángel SanRafael?
-¿Y qué pinta él en
esta entrevista? –inquirí con desconcierto.
-Lo digo porque el
chico maneja bien la espada de fuego cuando ha de vérselas con
dragones o con Adanes y Evas insurgentes. Y te juro, dios, que
éstas vienen echando fuego por la boca...
-¡Sin faltar,
Pedro! Que de seguro que con el Anterior no andabas en
juramentos. Exijo, por lo menos, el mismo respeto que te gastas
con Él -acabé con la voz chillona bien a mi pesar.
-Pues, perdona,
dios. Y como tú quieras. Pero, eso sí: no me vengas luego con
chorreos. Que los dioses humanos siempre os las arregláis para
buscar cabezas de turco donde descargar los mandobles de
vuestros reveses. Tú mandas, y yo, chitón.
-¡El que avisa no
es traidor! –iba rumiando mientras se dirigía hacia la entrada
de mi nueva ResidenciaCelestial.
-¡Dios, mío! –grité
cuando vi aparecer las pancartas enrristradas apuntando
directamente a mis atributos y potencias.
-¡De eso nada,
monada! A mí, ni mentarme, –oí canturrear al Excedente, tendido,
como estaba, a la bartola, –lagarto, lagarto como veréis- sobre
su TreguaDivina, mientras bebía con fruición una copa de néctar
luminoso.
Si las miradas
mataran, -suponiendo que Dios sea morible en serio, y no de
mentirijillas resucitables como lo del Calvario- pueden estar
seguros de que mi Antecesor ya estaría muerto. Pero no me
quedaban demasiados alientos para librar batalla doble contra
DominusMeum
y contra aquellas Poseídas.
-¡No te dará
vergüenza!
Ese fue su saludo.
Les juro por mí misma que esas fueron sus primeras palabras. Y
yo, como si no fuera dios: medio alelada. Como siempre que tengo
que enfrentarme a asaltos huérfanos de las mínimas delicadezas
sociales.
-Ea, ea, vamos a
tranquilizarnos –dije conciliadora.
-¡Fascista!
-¡Traidora!
-¡Esquirola!
-¡Indigna!
La reciedumbre del
coro de mis colegas humanitas contrastaba con las beatíficas
aleluyas de los celestes:
-¡Qué carácter!
-¡La que se está
armando!
-Si es que “el
nuevo” no está en lo que tiene que estar...
-Y mira que se lo
advirtió San Pedro...
Y lo que más me
dolía y sofocaba: el
DiosMío
con sus guasitas:
- Ji, ji, jiiiiii
-¡Se acabó el
carbón! –grité en un arranque- O dejáis de armar barullo o
retiro de la circulación a todos los solteros y divorciados que
quedan por ahí y os dejo en la paz de un mundo ideal de casados
y Gays...
Vuelvo a jurar, aunque sea
abdicando de mi condición divina: Les juro que no se me ocurrió
otra cosa.
Aunque cosa del Espíritu Santo
debió de ser, porque tengo para mí que me tiene querencia. Lo
cierto es que el coro de las arpías cesó en sus cacareos
haciéndose un silencio momentáneo que dejó en evidencia las
insidiosas risitas Divinas.
-Ji, ji, jiiii...
¡Pero surtió un efecto
fulminante! (Tendré que apuntar este descubrimiento que de
manera tan eficaz desarma alborotos entre las féminas)
-¿Se puede saber a qué viene
este guirigay? –dije aprovechando el desconcierto-. ¿Es que ya
no recordáis lo que me costó entenderos antes de apuntarme a
vuestras barahúndas y meterme en vuestros fregados? ¿Sabéis
cuántos novios se me han aflojado en el peor momento cuando se
enteraban de mis habilidades divorciadoras y de mis trucos
legales...? ¿Y vais ahora a armarme el pollo por ser dios?
-¡…!
-¡Lo que puede la envidia! –acabé
gritando con todo el volumen de mi cargo.
-¡De envidia, nada, Gaviolita! -soltó la cabecilla de la manifestación que, por más
señas, era la Belisaria, aquella Abogada que vino a aprender
maneras leguleyas en mi Despacho y acabó alzándome el eventual
novio que con tantos ardides
había conseguido embaucar-. Pero lo que has hecho no lo
esperábamos de ti, que tanto prometías, -acabó dejando en
suspenso una sonrisa amenazadora.
-Mira, rica, porque soy dios y
tengo que guardar la compostura, que si no, hace tiempo que te
habría arrancado los pelos. Que lo del Bartolo…
-Bueno, vale. No vamos a
pelearnos nosotras por un hombre más o menos… -dijo reculando
ante mi estatura oficial-. A fin de cuentas ya sabrás que el
Bartolo era como todos, y se largó con el putón verbenero de mi
segunda secretaria... Pero…, Gaviola, lo que no es, no es.
¿Tanto te costaba guardar las apariencias aunque sólo fuera por
el bien de la causa?
-Hija, pues si no te explicas...
-Se trata de haber aceptado ¡SER
DIOS! ¿No quedamos en que los dioses no tienen “atributos”, por
llamarlo de alguna manera? Entonces ¿por qué leches no utilizas
tu poder actual para machacar a favor de nuestra causa?
-¡Vaya lenguaje, guapa! Si es
que no cambias. Y mira: pues porque no quiero usar este puesto
para forrarme; así que, si lo que esperas es que te firme
facturas amañadas para lo de las subvenciones, vas lista -dije
sin mucho convencimiento.
-
¡Que no es eso, tontainas! Pero, -gritó fuera de sí- ¿qué trabajo te
hubiera costado ¡ser DIOSESA!
-¡Ya estamos con la murga!
–pensé sin atreverme a decir esta boca es mía a pesar de las
dimensiones de su apertura descoyuntante.
*
Desde
algún rincón oculto me llegó el murmullo:
-Apuesto siete plumas a que
ahora se enzarzan en lo de las vírgenes...
-¡Hecho! Pero las quiero del
buche. Que las de las alas llevan cañones.
-¡Vale!
-¿Y tú cómo lo ves?
-Malamente. Que a ésta le alzan
el cargo como le alzaron al Bartolo…
* * *
-Ay,
DominusMeum.
¡Vade, retro! ¿Alguien
puede acercarme una aspirinaaaaaaaaa?
-¡Manda buebos! ¡Un dios con
dolor de cabeza! ¡Lo que hay que ver! Claro que… ¿por qué no
DiosEsa?
Gaviola
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