Libro Ser dios  

O de cómo una diosEsa es un ser vulnerable aunque no lo reconozca y reclama de una Humana que le abra una puerta

Junio 2009

 
 
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DE SILENCIOS Y MIEDOS

 

(¿Quizá tú, Haidar?)

¡Será posible que, ni siendo diosEsa, pueda librarme de los miedos!

Claro que los miedos siempre llegan en las horas de soledad. Y no hay nadie más solo que los dioSes cuando contemplan a los humanos cerrando portillos a la palabra.

Ella, Haidar, ha cerrado la boca para que no entre nada; pero deja salir por ella la vida misma.

Hasta donde alcanzan mis recuerdos, yo identifico la palabra “silencio” con la palabra “cerrar”, y la palabra “cerrar” con la palabra “miedo”.

Pero esa materialización del “cerrar” no lo identifico con cualquier “cerrar”, sino con un cerrar concreto y diferente en sus matices y en sus distintos momentos.

Recuerdo, por ejemplo, que de chica, cuando alguien salía de una habitación en la que yo estaba, me sentía sobrecogida viendo cerrarse la puerta a sus espaldas, no porque la puerta se cerrara, sino porque la puerta silenciaba al que se iba, quizá para siempre. Curiosamente, si la puerta se abría desde fuera, pensaba llena de júbilo que toda la habitación se llenaba de parloteos inaudibles aunque nadie hablara si no era para saludar al recién llegado de mejor o peor gana.

Si era una ventana la que se cerraba en la fachada de cualquier casa, justo en el momento en que yo pasaba por la acera, me sobrecogía una tristeza infinita pensando “ese alguien no quiere hablar conmigo”. Al cerrar cualquier sobre, me asaltaba siempre un miedo invencible creyendo que ese puñado de palabras encerradas en el papel, podrían ser silenciadas para siempre sólo con que a un cartero desidioso se le extraviara la carta. Los grifos, al cerrarse, me hundían en un abismo líquido y asfixiante en el que las palabras naufragaban sin remedio hasta disolverse, o estallaban arrastradas por engañosas pompas de jabón incapaces de abrir su significado sin acabar suicidándose.

Lo más espantoso para mí, hasta que llegó “lo otro” fue, durante toda mi niñez, el cierre del Sagrario después de repartir la comunión. ¡Qué inútil silencio –pensaba- el de esas hostias hasta que la llavecilla dorada guardada en bolsillos de oscuras sotanas les levante el toque de queda!

Luego llegó “lo otro”: el portazo del hombre –entendiendo por “hombre” todos los hombres de mi vida- cada vez que me cerraban la puerta, a sus espaldas o a las mías.

Llevo ya muchos días pensando en ello.

Está a punto de cerrarse un año más, y siento el mismo miedo, pero renovado.

¿Qué es lo que se va a cerrar?

¿Qué es lo que yo tengo que cerrar? ¿Acaso las puertas del cielo?

¿Dónde se hará el silencio y dónde el miedo?

¿Alguien puede decírmelo?

¿Queda algún vecino con la puerta abierta a esta diosEsa tan hambrienta de algo humano?

¿Quizá tú, Haidar...?

 

Gaviola a punto de cerrar el año 2009.

En un 10 de Noviembre de 2009

 

 
 

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