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 Libro Ser dios

 

O de cómo no es lo mismo creer en una diosEsa que creer en que el Mundo se hizo a mano

Septiembre 2010

 
 

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  Libro Ser Dios
  Gaviola de Aznaitín 

 

 

 

 

Dios NO existe

 

 

(Cuestiones semánticas)

 

 

 
     
 
 

¡Dios NO existe!

(O del contraste existente entre lo que Stephen Hawking parece que dice en su Libro The grand design, y lo que dicen que dice ese Libro aquéllos que, seguramente, ni se lo han leído, ocupados como están desde siempre en defender la existencia de Dios a machetazos.

 

9/2010

 

          

         Hablar con DiosVerdadero tiene su aquel pues, a pesar de haberle movido el Trono como yo hice, Él nunca parece molesto conmigo. Más bien da la impresión de que, precisamente el hecho de haber abdicado en mí, le haya acrecentado mejor talante, y le haya fortificado su lacerante sentido del humor cuando nos ponemos a cotorrear como solemos hacerlo. Todo le hace gracia ahora y a todo le saca su parte humorística. Yo creo que, por hacerle gracia, hasta le hacen gracia los ateos, los descreídos, los apóstatas y toda esa panda de antisistema que a mí me quitan el sueño desde que ocupo este cargo.

        Sin ir más lejos, esta misma mañana fui a darle las quejas, y a pedirle consejo sobre la manera de ganarme la confianza y el respeto de SantoTomás que, desde que ascendí a diosEsa, parece que le saca punta a cualquier cosa, y no pierde ocasión para hacerme sentir como una vulgar advenediza. Y DiosVerdadero, sin levantar la vista del libro en el que estaba enfrascado,  sin hacerme más caso que el preciso, estuvo tomándose a cuchufleta mi drama, tildándome de quejica, mientras me contaba no sé qué sobre lo listísimo que debía de ser el autor de ese dichoso libro, que hasta andaba en descubrir los trucos que Él había utilizado cuando el Mundo no era ni siquiera mundo para sacarse un Mundo de la nada. En ello estábamos, cuando DiosVerdadero me hizo un gesto de inteligencia, al tiempo que cambiaba de conversación.

-Hablando del rey de Roma… ¡Hala, que de lo que viene a hablarte es de lo que estábamos hablando nosotros! A ver si te vale para algo la información que te he dado, y si te da resultado la fórmula… ¡Tú, sácale ventaja! Échale humor a la cosa, y verás cómo lo pones en su sitio, y acaba reconociéndote apta para ser dios.

diosEsaaaa…! -Gritaba ya el Apóstol delante de mi insegura mirada, mientras que el DiosVerdadero se disfrazaba de invisible dejándome sola con aquella acémila fastidiosa, y con su nuevo libro entre las manos.

-Baja el volumen, mozuelo, que no estoy sorda –le he respondido tratando de llevarle ventaja como me aconsejó el ExJefe, aunque tengo que reconocer que sin conseguirlo.

-¿Te has enterado ya de que hasta Stephen Hawking anda diciendo por ahí que no existes?

Mientras hablaba, he podido ver en sus ojos un regocijo nada reconfortante para mi causa.

-Ay, hijo, Tomy, refréscame la memoria –he disimulado tratando de ocultar el libro-. ¿Quién dices que es ese tal Hawking?

En el fondo, no creía que ganar tiempo haciéndome la tontorrona fuera a servirme para algo, pero no encontraba la manera de meter, siquiera pudiera ser de canto, alguno de los trucos que me había prestado DiosVerdadero.

-Pues ¡quién va a ser…! –Su cara era un puro sonsonete en el que podía leerse lo que no acababa de soltar por su boca: (¡so inculta!). ‑¡Quién va a ser! El astrofísico viviente más popular que pisa la Tierra. Y si él dice que tú no existes…

No hay cosa que me fastidie más que el que me digan que no existo, o que me hagan sentirme transparente como si no estuviera donde estoy; por eso, fuera ahora de mis casillas, me he enfrentado al Descreyente Oficial Celeste con mis propios argumentos más o menos irracionales.

-Y ¿quién me asegura a mí que existe el tal Hawking, eh, eh, eh? Mira, SantoTomás, -he seguido con tono despectivo- que tú siempre has sido muy... digamos... impetuoso en lo de "meter el dedo en la llaga", y lo mismo niegas que sea de día cuando el sol está en todo lo  alto aunque tú no lo veas, que te da por afirmar que te has cruzado con una flota de platillos volantes cantando la Internacional…

-Con todos mis respetos, diosEsa, -contestó sin respeto alguno- no le encuentro la gracia a tus insinuaciones. Ni a que siempre estés a la que salta, con el “anda que tú” en la boca, para restregarme lo de “meter el dedo en la llaga”, después de más de dos siglos de aquello. ¡Si es que las mujeres, cuando sacáis la lista de agravios, no hay quien os pare por mucho tiempo que pase!, –ha rematado con acidez, haciéndome ver que había tocado pupa viva.

-¡Anda ya, so tiquismiquis machista! ¡Que no tienes el más mínimo sentido del humor…! Eso te pasa por andar despreciando a las mujeres.

-Si tú lo dices…, tú sabrás. Pero, a lo que estábamos. ¡Mira! Mira el periódico de hoy, a ver si es para andar riéndose, o para poner manos a la obra y mandarle una desgracia al físico ese, a ver si escarmienta…

-¿A la Obra?

-A la "Obra" no. A la obra.  -Ha puntualizado el Apóstol con su marrullero juego de letras.

-¿Una desgracia? –He preguntado acobardada desde mi divina condición, viendo desfilar por la elocuente mente de mi Santo una tropa de Templarios segando cabezas de Sarracenos ataviados con cinturones de goma-2, de los que colgaban gumías purificadas en la sangre de los impíos, mientras que unos Judíos de tirabuzón cimbreante se empeñaban en enderezar a un pobre diablo sobre una cruz, con el cartel de “Howking” colgando, hincada en las murallas, desde las que subía el olor a chamusquina del último Auto de Fe del día, a cargo de la Santa Inquisición[1]. Al fondo, Moctezuma afilaba un cuchillo de obsidiana, dispuesto a sacarle el corazón en vivo a las víctimas seleccionadas para los cenotes de los dioses, sin caer en que varios frailes de generosa tonsura, vestidos de blanco y negro, ya estaban armando la hoguera en la que quitar de en medio los escabrosos libros de ciencia, al tiempo que aprovechaban los rescoldos para llevarse por delante, a fuego lento, a unos cuantos Indios des-almados, mientras ellos se echaban al hombro sus propias y piadosas almas.

-A ver…, a ver… -he espantado, espantada, la espantosa visión-. ¡Ah, ya caigo! Pero si es el sabio de lo del Universo, lo del tiempo y esas zarandajas…Ya lo recuerdo yo. ¡La criaturica…! ¡En su sillica de ruedas…! ¡El pobretico…! ¡Sin poder desahogarse por la boca ni por…!

-¡No empecemos con las blandenguerías escabrosas! -Me ha cortado evitándome la vergüenza de meter la pata-. Muy “probretico” y todo lo que tú quieras; pero mucho me temo yo que, como alguien no le calle la boca, ese impío de los demonios,  para vengarse de su desgracia, nos hunde el negocio de las velas a granel y del agua bendita en botes de plástico, mientras que el TronoDivino esté ocupado por aprendices, –ha dicho con toda su mala baba.

¡Judas; roñoso; codicioso; buhonero; especulador! –he pensado con regodeo, mientras en voz alta decía otra cosa bien distinta.

-¡No mientes a los demonios, ¡demonio!, y aprende a respetar los lugares sagrados…! Digo… ¿Y por qué te piensas tú que, con decir lo que tú dices que él dice, va a echarnos a perder el kiosco, si la criatura no puede ni hablar? –Para entonces, yo estaba que echaba chispas.

-Pues, para no poder ni hablar, bien que se hace oír; y dice que no existes, diosEsa. Y si un sabio tan sabio escribe y afirma semejante cosa, aunque nadie pueda oírlo, es que no existes... Y si no existes, no va a haber cristiano que compre una vela, ni endemoniado que afloje la pasta para limpiar de demonios sus entornos con espurreos de agua bendita, ¿estamos, dioseeeesa?

El muy mentecato se habrá creído que no me he dado cuenta de que le ha alzado la mayúscula a mi tratamiento divino. Y, de remate, hasta se ha atrevido otra vez a mentarme mi inexistencia, como si yo tuviera que depender de él, y de otros integristas como él, para saber que existo.

-Vamos a ver, Tomasito de mis entretelas, vamos a poner las cosas en su sitio: ¿De verdad piensas que alguien que ha estudiado tantísimo puede creer que no existo? ¿Y tú qué dices? ¿Tú crees que existo, o que no existo?

-¡A mí, diosEsa, no me salgas con preguntas que llevan trampa! Que te conozco como si te hubiera parido; si te digo que existes sólo porque te esté viendo, empiezas con la monserga de obligarme a meter el dedo donde ni debo ni quiero meterlo porque, desde que pasó lo que pasó con El Chaval, me da una grima que me muero…, y si te digo que no existes, acabamos discutiendo del sexo de los ángeles, sabiendo, como sabes lo mal que le sienta eso a tu Arcángel el de la espada. Que ya te veo venir…

-Como tú quieras. Pero, tanto que te las das de sabiondo, tengo para mí que no sabes ni leer; y, como a todos los que no saben ni leer, te da por meterle fuego a los libros y a los que los escriben. Porque, por lo que yo leo, lo que dice aquí en el Libro no es lo que dices tú que dice ni mucho menos…

-¿Qué no…?

-¡Pues no!

-Y entonces, según tú, ¿qué es lo que dice?, -Ha retado con su habitual sarcasmo, aunque con una ligerísima vacilación en la lengua.

-Dice que Dios no tuvo que tomarse la trabajera de ponerse a crear el Universo, ni pasarse siete días poniendo orden en semejante caos; que para eso era Dios, y no tenía por qué ensuciarse las manos. ¡Eso es lo que dice! Y si no, pregúntale al DiosVerdadero, que de aquellos tiempos sabe un rato.

-¡Vamos, anda!

-¡Anda tú! -Me he crecido utilizando su mismo tono chulito-. Toma y lee. Mete tu manita y tus ojitos en las letras, si es que sabes juntarlas, y luego hablamos…

-A ver… ¡No me digas que ya tenías el libro...!

-¡Pues ya ves que sí! ¡Qué…! ¿Qué tienes que decir ahora…?

Hasta se ha rebajado a echarle una ojeada al Libro para tener que reconocer que habla sin saber.

-No, si, bien leído… Pero, diosEsa, es que… no me negarás que los titulares están tan claritos…-ha porfiado con esa tozudez de los que, a fuerza de vencer por las bravas, jamás se dan por vencidos.

-Los titulares ¿de qué…?

-Del periódico. ¡De qué va a ser!

-¡Vaya! Te creía más espabilado. ¡Si es que pareces un paparazzi de paparrucha! ¿Acaso, antes de hablar, te has tomado la molestia de leerte el Libro del sabio ese, en lugar de andar con titulares de periódico?

-Yo… ¡Pues no! ¿Y tú...? –Su irritación era tan patente como su desconcierto.

-Yo, desde luego que sí. Mejor dicho..., le he echado un vistazo -he titubeado- como hago con todo lo que me atañe. Y lo que dice es que, existiendo las leyes físicas que rigen el Universo, la cosa no necesitaba de varitas mágicas, ni de ningún dios sudando la badana en mitad del tajo, para montar el tinglado.

-¿Estás segura?, –ha titubeado viéndose, por una vez, aventajado en lectura por una simple Mujer-diosEsa- ¡Perdona, diosEsa! Es que,  algunas veces, uno se dispara, sin pararse a pensar en lo que dice… Pero… digo yo –ha insistido cansino, aunque devolviéndome con creces la mayúscula- si se corre que no fue Dios el que hizo el trabajo de cimientos y armazón, mal nos va a ir la cosa…

-¿Tú crees? ¿Y no se te ha ocurrido preguntarte quién hizo las leyes físicas que parieron el Universo…? ¿Qué tal si, en lugar de estar chinchando al personal, te pones a la tarea de gestionar con un poco de arte la contrapropaganda?

Cuando se ha ido SantoTomás, alicaído y mustio, con el Libro dándole vueltas entre las manos, y teniendo la evidencia de quién era la que llevaba aquí la batuta, he vuelto la vista para comprobar si El Jefe seguía allí. El muy ladino ha tardado lo que ha querido en hacerse visible y, cuando se me ha presentado en la delantera, estaba que se partía de la risa.

¡Bueno, bueno, bueno, diosEsa! Esta vez le has cascado donde debías cascarle sin utilizar ni uno sólo de mis argumentos.

-Eso parece –he dicho ufana-; pero, si no me llegas a hablar del Libro esta mañana, caigo en la trampa de ese sabelotodo y dejo el Trono vacante…

-Pero no has caído… Por cierto, y hablando del Libro, ya estás aflojando el bolsillo para darme lo que me costó, porque, estando en las manos de quien está, ese libro no vuelve a mi biblioteca vivo. Y la verdad es que me gustaría volver a leerlo, no sea que a ese Hawking se le haya ido la olla y me descubra el pastel.

-¿Tú crees…?

-Y tú, diosEsa..., ¿Te das cuenta? Para ser dios, aunque sea por vía del intrusismo, no hay más que perderle el miedo a los humanos. ¿O no?

-¡Si Tú lo dices…!

 

Gaviola en Marineda. En un 4 de Septiembre de 2010. 


 


[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Auto_de_fe

 

 
 

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