|
||||||||
|
||||||||
Hoy me he levantado con ganas de
ser Dios. Así que he entrado en el Cielo, me he puesto en
jarras frente a Dios y le he dicho:
-¡Quiero ser Dios!
A mí no me ha parecido
que utilizara una voz tan enérgica como me hubiese gustado. Y
es que Dios siempre me atemoriza bastante. Pero, curiosamente,
Dios, que estaba a lo suyo, me ha respondido sin mirarme
siquiera: -Como quieras. Que conste que tú lo has decidido. Desde este momento eres dios.
No me ha gustado demasiado
que me nombrara “dios” con minúsculas cuando yo siempre
le he respetado el tratamiento; aunque -metidos en miedos-
hasta a mí me entra recelo de apoderarme de las mayúsculas
para estos menesteres. Pero lo que menos me ha gustado es lo
que iba diciendo cuando ha abandonado su trono, mientras yo me
arrellanaba en él: -Te
vas a enterar a partir de ahora de lo que hacen por ahí en nombre
tuyo... que no hay como ser Dios para empezar a conocer lo que es la
culpa o para empezar a arrepentirte del gran error que fue ponerse a
jugar con el barro haciendo hombrecitos.
-¡Qué más da! A la postre se
trataba de ser dios, aunque fuera con minúsculas, y lo he conseguido.
Ahora soy jefe de Ángeles y Demonios, creador del Mundo y señor de
los Hombres.
¿Se puede aspirar a algo más que
a tener la facultad de juzgar, castigar o premiar a todo el Universo?
Por cierto, a quien corresponda:
Recordadme que condecore a Dios cuando se acaben las Guerras que me
deja pendientes.
¿Qué por qué? Pues por su imprevisión: por haber tenido el valor de crearme sin recelar que, a la larga, le arrebataría el cetro y le discutiría el mando de esta tropa... Gaviola MARINEDA. 19.9.2004
|
||||||||
Mejor será regresar a la Portada del Libro |
||||||||
|