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 Libro Ser dios  

O de cómo una diosEsa ha de enfrentarse alguna vez consigo misma para reconocer la grandeza humana

Diciembre 2009

 
 
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Te hemos dejado sola,
 Aminatu

(Sobre los Imprescindibles)

 

Debes saber, Aminatu, que antes de ser diosEsa, era, poco más o menos, tan humana como tú, pero menos.

Por entonces me gustaba a rabiar que los demás hicieran o dijeran o cantaran por mí lo que yo era incapaz de hacer, decir o cantar.

Se lo oí cantar a Soledad Bravo, esa brava voz que cada vez que la escuchaba me llenaba la cabeza de pajaritas de papel y el corazón de melancolía. Yo, por entonces, antes de que mi voz se perdiera por los caminos de unas cuerdas vocales que desaprendieron a cerrarse,  quería ser cantora de cosas así:

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan

un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy

buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.

 

       Eso decía la canción.

       Con el tiempo, me enteré que se trataba de un poema de Bertolt Brecht, y, con esta inconstancia mía, tan humana por otra parte a pesar de mi endiosamiento, decidí que lo que quería es ser Poeta. Y me puse a ello, sin terminar de escribir nunca el gran poema de mi vida. (Mira, por si alguna vez puedes acercarte por mis Lugares, échale un vistazo a mis Gaviolerías y te darás cuenta de lo que digo).

Quizá no te lo creas, Aminatu; o quizá nunca llegues a enterarte, pero, después de haber querido ser Maestra (lo fui), pintora, bombera, piculina y varias cosas más (o menos) santas como pueda ser lo de ejercer de Abogada, me decidí por lo de diosEsa, y en ello he estado -como puedes ver en este Libro- sin que tampoco este oficio haya dejado de producirme mis buenos dolores de cabeza.

Lo que yo no tenía previsto es que te cruzaras en mi camino de la manera en que lo has hecho; dejándote morir de hambre casi hasta el final sólo porque no te dejaban regresar a tu casa, con los tuyos, a una tierra árida como esos campamentos saharauis de los que saliste y a los que no podías volver porque, por encima de la piel y de la sangre y de los huesos, y de la dignidad -no de la tuya- de un ser humano, otros seres humanos colocan los "papeles".  ¡Vaya papelón el nuestro!

(Me refiero al de los humanos que andan en arreglar el mundo. Y ¡qué te voy a decir yo que tú no sepas cuando nos da por meternos a diosEsos y diosEsas!)

Según pasaban los días, y te vislumbraba tan humanamente vulnerable como divinamente obstinada, me reconcomía de envidia viendo cómo una  minimez de mujer como tú ponía en jaque al mundo entero.

Claro que lo que a mí me minaba de envidia parece que a otros, más endiosados que yo todavía, les tentaba el mismo tuétano; porque ¡hay que ver la cantidad de gente y gentecilla que te ha rodeado, jaleado, mentado y aireado...!

Por si te interesa saberlo (que no lo creo, siendo como eres) ha habido más manifestaciones que en el día de San José Obrero (antes llamado día de los trabajadores hasta que eso de "trabajadores" empezó a sonar mal en el País del que procedo).

Estaba yo por pedir una excedencia de divinidad, aún a riesgo de que El Titular recuperara un bastón de mando que tan sospechosamente me entregó, tomar un avión hasta esa Isla donde te tenían aislada y muerta de hambre, y juntarme con la farándula de tu alrededor, hasta que, puesta a pensar, no se me ocurrió otra cosa que ponerme delante de un espejo sin darme cuenta de que ya no era la diosEsa de siempre, sino mi YoMisma campando por mis respetos.

Nada más verme reflejada con aquel gesto de ¡qué sabrás tú!, le dije a la del otro lado:

"Vamos a ver, diosEsa, ¿tú estás por la labor de acompañar a la Señora de la hambruna, o a pegarte unas vacacioncillas de nada a cuenta del erario de quienes pagan la propaganda gratis?"

"Pero, ¡cómo puedes ser tan mal pensada!" -me contestó mi endeble endiosamiento- Yo lo que quiero es acompañar a Aminatu...".

"¿Estás segura?" -me espetó mi YoMisma.

"-¡Segurísima! De algo tiene que valerme ser diosEsa".

"De acuerdo. Estoy dispuesta a creer en ti -dijo mi YoMisma con un tonillo que no me gustó un pelo, porque me consta que ella es ateísima, al menos cuando se trata de creer en mi divinidad-. ¿Quieres acompañar a Aminatu? ¡Pues, hala; a hacerlo, pero en condiciones! Baja de las alturas, vete para allá, y niégate a comer hasta que ella decida comer, y niégate a beber otra cosa que no sea agüita con azúcar”.

“Es que, a mi edad, tengo la glucosa algo alta –le he contestado a mi YoMisma para ganar tiempo”.

“¡Paparruchas! –me ha contestado YoMisma que me conoce como si fuera mi melliza-. Verás cómo, si todos los que andan haciendo payasadas, se ponen a ayunar como hace ella, el mundo entero se remueve de una vez".

"Pues... -dudé durante algunos segundos delante del espejo, hasta encontrar una de mis interminables razones para justificarme como siempre- ...verás, YoMisma, si todos nos ponemos a ayunar como Aminatu, hundimos la economía mundial, porque, dime: ¿a quién le va a vender cualquier "Mercacentro" lo que producen los pobreticos de los carniceros, y de los pescaderos, y de los verduleros, si no hay quien abra la boca?".

No voy a seguir contándote, Aminatu, el final de mi conversación con YoMisma, porque una tiene aún sus pudores y no voy a hacerme el harakiri. Lo que sí te voy a reconocer es que, a lo mejor, YoMisma tiene razón en eso que me dijo al final:

¡A ver, capulla de diosEsa! Si de verdad quieres ser como Aminatu, empieza por hacer lo que ella hace sin tanto palmoteo ni tanta farándula: ¡Ayuna, en lugar de tragarte los sapos que te tragas cada día! ¡Menos decir y más vomitar lo podrido!

Compréndelo, Aminatu: una cosa es querer ser como tú, y otra muy distinta es tener las entrañas tan limpias como tú para poder serlo. Así que, como esta madrugada te llevaron a casa en un avión medicalizado, y a mis coleguillas, los faranduleros oficiales, parece que los han repartido por las playas de la Isla esa tan negrísima  para que se repongan a golpe de bocata de jamón serrano de la trabajera de chupar cámara a tu costa, (estaría muy mal engullir esos asquerosos perritos calientes como un yanqui cualquiera de los que ellos rajan a rabiar)  ya tiene poco sentido que yo haga nada que no sea consolarme con el teclado.

Aunque, créeme: me moría por hacer cosas como esa que tú has hecho... Pero el hambre me puede (nos puede).

Por mucho que digamos, y por muy diosEsa que yo me crea, te hemos dejado sola, Aminatu, con tu humanidad inmortal.

 

 

Mª Socorro Mármol Brís

18/12/2009

 

 
 

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