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ANDRÉS ORELLANA
In Memoriam

Cantinero en "La Perdiz Orellana"
Ganadero en Dehesas de Jaén
Jaenero inolvidable
Buen hombre

Mi amigo desde la infancia

 
Web Master: Socorro Mármol (Gaviola)
Fondo: Gaviola de Aznaitín(Foto tomada en Plaza de Toros de Huesca
Música: Bodas de L. Alonso
     
 

In memoriam

Mi estimado DonAndrés

 
 

Estuvo bien así: como usted lo quiso...
Reconociéndonos sin reconocerlo abiertamente.
Y tratándonos de "usted" como usted impuso.

 
 
     
 

7/2009

 

 

Mi Estimado Don AndrésOrellana:

 

Me han dicho hace unas horas que la vida acaba de darte la última cornada, pero desde dentro;  a la altura del bazo, o del páncreas, o de alguno de esos entresijos que tenías bien guardadicos en tus entrañas del hombre grande que eras.

Grande en hechuras, AndrésOrellana, y grande en grandeza; que difícil nos va a ser a los Jaeneros encontrar a alguien con más grandeza que tú, paisano. Ni más dicharachero.

Nuestro amigo Agustín, -ya sabes: el Carolinense  que me traía y me llevaba noticias tuyas-, me dice que, a finales de Enero, te echaste a morirte con bastante menos ruido del que hiciste en vida y, de repente, siento que se me hace un vacío en el estómago tal que el que se me hacía, allá por los años sesenta, cuando echaba en falta en el paseo de mi Pueblo al muchacho aquel que tanto me descompaginaba las entrañas en los atardeceres del Agosto.

Y, de repente, quiero volver al tuteo. Porque no hay nada que acerque más que la lejanía de la muerte.

Si no recuerdo mal, antes de que tú y yo nos usteásemos, hubo un tiempo en que nos tuteábamos como lo que éramos: dos aprendices de la misma edad, año arriba, año abajo, que, de vez en cuando, a lomos de las camionetas de nuestros Pueblos, nos alargábamos a las ferias de los alrededores, a montarnos en los cacharricos, a husmear entre turrones y calabaza en dulce, y a lucir por mitad del real, cual muletos bien enjaezados para la ocasión con sus mejores aparejos: cancanes recién almidonados nosotras, y pantalones blancos de gabardina con polo azul marino vosotros.

Luego, a la noche, si la cosa pintaba suerte y no teníamos que volvernos a nuestras casas antes de que sonasen las horas de las carrozas de línea y los cuentos de la Cenicienta, nos alargábamos a echar unos bailes en la verbena, que era la única manera que teníamos entonces de arrimarnos a los contrarios sin que se pusieran a despotricar los que pugnaban por darle a la sangre alborotada mejores salidas que las de la autogestión solitaria (que tantos malos ratos daban luego en los aledaños de los implacables confesionarios).

Por entonces nos conocimos, DonAndrés; yo, de Bedmar, ese Pueblo que es como sus largartijas, perezoso en maneras y siempre tendido sobre los riscos, a la querencia del sol poniente, debajo de su Serrezuela, que tanto parapeto y tanto dejusto le ha propiciado a lo largo de su historia. Usted (por entonces, tú), de La Carolina. Pero de las afueras; del pequeño bar, (o taberna, o venta) de carretera, donde tus padres le arrancaban al vino peleón, al pan y al queso, las perrillas suficientes para sacarte adelante, sirviéndole melindres a los viajeros de La Pava, y hoyos de pan y aceite con una almorzá’ de aceitunas a los manijeros y a los peones que se arrimaban a la taberna a calentarse los sabañones en la lumbre de vuestra casa antes de echarse al tajo de las helazones; o a tentarle las tripas al botijo fresquito colgado de la higuera del llano, para calmarle la sed a los soles de la siega.

Por entonces, DonAndrésOrellana, aún no existía el complejo que se te ocurrió ir levantando en torno al civanto del barecillo viejo, ladrillo a ladrillo, gota a gota de tu incansable sudor, hasta alzar de la nada ese imperio hotelero-taurino que, a la altura del km. 265 más o menos, de la A-4, cumple con alguna de las mejores obras de misericordia, y a lo bestia –como todo lo tuyo-, dando de beber al sediento, ya sea vehículo con el depósito vacío, ya sea cristiano con el aliento en sequía, o dando posada al peregrino a golpe de “Perdiz Orellana” y “Paté de Perdiz” hecho an tus fogones. O haciendo sonar el cencerro de tu ganadería, DonAndrés, antes de que Los clarines del miedo les metan el alma ingles arriba a los torerillos que tú apadrinabas, y el rejón de la muerte a las cinco de la tarde a cualquiera de esos pimpollos astados que criabas a yerba y vergel. Casi a sus pechos.

¡Tanta trabajera, DonAndrésOrellana, para acabar dejándola a la trasera en un invierno mediado!

Tú y yo, DonAndrésOrellana, gustábamos de compadrear, murmurar y churretear de lo divino y de lo humano cada vez que yo pasaba por la delantera de lo tuyo y paraba a echar un ratico de conversera.

Nos hablábamos de usted, porque usted así lo quiso la primera vez que nos vimos después de veinte años de no volvernos a ver. Usted me contaba de los políticos, de cómo le habían atajado la entrada a sus instalaciones con las obras de la autovía, y de cómo usted les había metido lo menos cincuenta pleitos, a éste, a aquel y al de más allá… Porque a usted, mi estimado DonAndrésOrellana, nada se le ponía por delante si de defender su castillejo se trataba.

Usted sabía quién era yo y lo que era. Pero nunca me quiso encargar un pleito, porque a usted, a quien tantísimo personal le había mandado siendo chico, le gustaba ahora de mandarle a la gente, pero, sobre todo, mandarle a los abogados lo que desde su lógica cazurra y sabia debían de hacer y dónde debían tentarle en sus partes –políticas- a cada quién; y ambos sabíamos que yo, acostumbrada a mandar desde chica, no me iba a dejar mandar; ni usted iba a consentir que se agriarse nuestro recuerdo de muchachos por un quítame allá ese pleito.

 Y yo sabía que usted ya no era aquel mozalbete de brazos dispuestos a cualquier tarea con tal de seguir levantando su poderío de toros, dehesas, minas, gasolineras, hoteles y toldetes, colgaduras y doseles granates y remates amarillo albero, con los que se empezaron a distinguir las lides de lo suyo a las dos orillas de la A-4.

Y va usted y me cuenta, el año pasado, que la suerte le tentó los bolsillos, y que en un billete de lotería que compró no sé muy bien dónde me dijo, le había caído “el gordo”, y que, en después de repartirle a los hijos una insignificancia, estaba  pensando en empezar a apadrinar no sé a qué escritores jaeneros.

¡Hasta en el mundo de las letras quería usted poner sus gallardetes!

¿Se recuerda usted, DonAndrésOrellana? Me dijo que, para empezar, íbamos a convocar un congreso de escritores  principiantes,  que –según usted decía-, eran como toreros, pero con menos sol y más hambre de luces-; y que “a luego”, íbamos a crear un premio literario o algo por el estilo, para los que tenían cosas que contar de lo que a usted le gustaba: los toros, los toreros y los que andaban toreándole a los mandamás sus maneras de “piojos revivi’os” como usted gustaba de mentar a algunos munícipes y politicastros…

Comprenderá que no puedo consentir que se haya muerto sin cumplir la palabra que me tenía dada.

Claro que, bien mirado, aún puede usted meterse en la tarea de lo de los Escribidores rellenalibretas, y dirigir  la faena con mejor sitio en la plaza que si esta corrida tuviésemos que torearla usted y yo en las estrechas lindes del tentadero de la vida.

Se lo digo, porque ahora que debe estar usted por las alturas, codeándose con Dios y con sus Santos, y tiene mejores coyunturas para reclamarles que le den a una servidora los alientos suficientes como para rematar lo que usted y yo pensábamos, puede pedirles a los de sus alrededores que echen una mano. Porque si las Alturas me lo consienten, eso que íbamos a hacer usted y yo, va a misa. Y aún veo su Hotel lleno de chupatintas escribiendo, en algún congreso de verano, sobre lo humano y lo divino que era usted, y lo tontorrón que ha sido tirando la muleta sin dar el último pase.

Pero permítame indicarle, DonAndresOrellana de mis entretelas, que si ha de entrarle a Dios, y andarle haciendo la jarrica a alguien por esos Paraísos donde sin duda ha sentado usted sus reales bonhomías, no vaya usted a arrimarse al Padre, que ya sabe usted cómo se las gasta; que dejó al Hijo tirado como una colilla cuando más precisaba de que no lo abandonara entre tanto bandido como los que se arrejuntaron en el Calvario para rematarlo de semejante manera. Que anoche oí en “el arradio” semejante reflexión y me entraron escalofríos.

¡Usted, al Hijo! ¡Lo que yo le diga! Que ése sí que sabe de cómo somos el personal y cómo manejar apuros de taberneros mal avisados. Y, sobre todo, es de buen comer y buen beber como a usted le gustaba; que si se recuerda usted de los Evangelios, el Chaval abrió el tajo de los milagros convirtiendo en vino aquel lingotazo de agua llena de gusarapos que querían endilgarle en mitad de un casamiento, con la disculpa de que las damajuanas se habían consumido de tanto bebedor como había suelto por Caná.  Si es que, hasta para ser tabernero, y preparar condumios, hay que tener oficio.

De paso, a ver si le echa usted una ojeada y tienta usted el décimo de lotería que llevo en la mochila. Porque si toca, se lo juro por el último becerro que nació en su dehesa el mismo día que usted salió de naja: se crean los Premios Literarios  Andrés Orellana y La Perdiz, y pongo al personal a dejar escrito en papel lo que usted escribió a golpe de sudor sobre nuestra tierra del Santo Rostro que tanto, tanto amamos.

 

Gaviola en Marineda. En un 6 de Marzo de 2009

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