27/2009-1
GENTILICIOS MAGINEROS
¿BEDMAREÑA o JODEÑA?
Aunque nací en Bedmar, yo viví los años de
mi infancia en un pueblo llamado… ¡Jódar!
Así, como suena.
No hay que ser demasiado susceptible para
entender la sugestiva resonancia del nombre, ni preciso es
acudir a otras aclaraciones para saber a qué me refiero.
Yo me fui de Jódar-con-perdón siendo
aún casi una niña, dejando en su cementerio los restos de
quien, como Maestro de Escuela en él destinado, justificaba
haber vivido en ese pueblo de tan sonoro nombre, y a quien
un mal viento de través le volcó la Lambreta en la
que se solía desplazar para sus mil tareas, incluida la de
hacer de padre nuestro, desbaratándole sus más de cien kilos
de peso cuan largo era, -más de dos metros-, y esturreándole
la vida junto al puentecillo de la entrada del pueblo, sólo
porque una piedra de las de la carretera aún por asfaltar le
atinó mismamente en la nuca sin permitirle cumplir los 43,
que estaban al caer sólo un mes más tarde.
Teniendo los años que tengo ahora, mientras
escribo esto, cualquiera puede descubrir que pertenezco a
una generación cuya infancia debía estar libre de pecado. No
sólo “del pecado” por excelencia, (ese que empezaba en lo
más alto del cuerpo con un mal pensamiento, y acababa al sur
del ombligo con un espasmo de los de “…y cuantas veces,
hija”) sino del segundo en categoría: el muy mal visto, en
cuanto a expresiones y decires se podían esperar, de una
niña a mitad de camino entre niña-bien pero no tanto,
niña-educada por menestrales de corral y maestros de
seminario, niña-andaluza de buen decir;
niña-hija-de-desiguales.
Muerto el hombre de la casa, de allí, a los
Madriles, a un internado de señoritas Huerfanas-de-Magisterio,
en el que, para que no se nos notara la orfandad, se nos
arropaba, educaba e instruía de tal manera, y se nos daba
tal amor, que por entonces todas llegamos a creernos lo que
éramos: por lo menos, princesas. Y como tales teníamos que
comportarnos, según los muy ilustres componentes de la Junta
del Patronato entre quienes recuerdo con verdadero cariño,
entre otros, a Don Víctor García Hoz, o a Doña Rosario
Jardiel Poncela.
Lo malo fue tener que contestar esa pregunta
inevitable:
“¿Y tú de dónde eres?”
¡Claro está! Mi infancia había transcurrido
donde había transcurrido, y, a esas edades, no se distingue
bien entre el “de dónde eres” y el “de dónde vienes”. La
respuesta, para mí, no podía ser otra: ¡De…ejem…J…ódar!
Hasta que, a fuerza de sonrojos, descubrí la
diferencia: Nacer, había nacido en Bedmar; luego era
bedmareña, que era como se decía y se sigue diciendo; o
“panciverde” según la chocarrera manera que tenemos de
llamarnos los nacidos en semejante pueblo plagado de
nacimientos y veneros; o, según el gentilicio más conspicuo,
“bedmarense”. Pero vivir, -lo que se dice “vivir y haber
pecado por primera vez” –de lo primero; lo de pecar maduró
tardíamente- había vivido en J…ódar; luego algo de
“jodeña” –que no de lo otro; ¡más quisiera!-
tenía, me pusiera como me pusiera.
Quizá esa veta “Jodeña” fue la que me empujó
a buscarle melindres y revueltas a las palabras y a servirme
de ellas a falta de mejor criada, hasta hacer mi mejor
descubrimiento: ¡La etimología! Fue así cómo descubrí
que Jódar viene del árabe Xaudar. Y que
Xaudar, con origen íbero, no significaba otra cosa que
“montaña boscosa”, que pasó al árabe como Shawdar, y
se castellanizó en Jódar haciéndole a la “X” la p…trastada
que ya os tengo contado.
Sé de buena tinta que otros malpensados como
yo quisieron cambiarle a Jódar el nombre por algo tan
redicho como “Miraflores”. Menos mal que siempre queda
alguien sensato que, lejos de las sugerencias fónicas,
decidió que mi gentilicio de adopción no fuera “Mirafloreña”.
Porque, -y digo yo- ¿Y si la flor a mirar hubiera sido una
margarita con la que decidir cuál de los dos pueblos, Bedmar
o Jódar, está más grabado en mi corazón?
Jódar es de cine:
http://www.youtube.com/watch?v=IwAQAdQZU40
Bedmar también:
http://www.youtube.com/watch?v=NChGeGYoyjE
Gaviola en
CasaMora. En un 2 de Diciembre de 2009
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