Hoy
quiero hablaros de MiJuani
Por Mª Socorro Mármol Brís
[email protected]
19/2007
http://www.escritoresmerida.com.ve/escritores/socorromarmol.php
Ésta es una historia real. Tan
real como que MiJuani se llamaba en
realidad Juana Herrera Martos; que nació en
Bedmar en alguno de los años de “La Guerra”
(1936-1939), y que vivió en nuestra casa desde
que era una criaturica (¿6, 7 años?) hasta que
murió, dejándonos tan huérfanas como nos dejó
nuestra propia madre. Jamás he conocido ni
conoceré a alguien cappaz de generar semejante
bondad y amor. |
En mi Jura como Abogada
Fue allá, por “los años del hambre”.
Aquellos que siguieron a la Guerra Civil, en los que
nada había que echarse a la boca que no fuera el odio de
los vencidos –que fueron todos, porque en una guerra
civil no hay vencedores-, y el miedo de los vencedores
–que no fueron otros que los tristísimos supervivientes
al espanto de matarse para siempre en recurrentes
malquerencias ancestrales.
MiJuani
había nacido en mitad de aquella guerra y, como nuestro
Pueblo, por uno más de los irracionales destinos, estaba
en una de las zonas de “los-sin-Dios”, sus padres no la
cristianaron, -no fuera que los Milicianos les tomaran
ojeriza por meapilas y "les dieran el paseo”.
Ni tampoco la inscribieron en ningún Registro Público.
-¿Para qué?, se dirían sus padres mientras se morían
materialmente de hambre, pensando que la criatura no les
sobreviviría lo suficiente como para tener que pedir una
partida de nacimiento ni acreditar que había existido-.
Por no tener, MiJuani
no tuvo ni papeles
Lo cierto y verdad es que, en efecto, sus
padres murieron de hambre. De hambre física y miserable,
de hambre de no tener ya ni una mala yerba con que
distraer la saliva porque el campo estaba arrasado por
manos y bocas más urgentes, más hambrientas y más
madrugadoras: los salteadores que se echaron al monte
para no fenecer malamente.
Murieron de Hambre con mayúsculas.
Pero MiJuani
siguió viva. Sobrevivió, -no sabría decir cómo- a
aquella hambruna que en un solo mes se llevó a sus
padres a la tumba y a su único hermano, varón y
mozalbete, al ejército, como voluntario, para poder al
menos comer la imposible bazofia de un rancho diario. El
hermano no volvió nunca del ejército; allí, durante
años, entre dianas sin florear e instrucciones
destructoras, siempre tocaban a fajina
antes de que la retreta
le desconsolara al mozo la memoria de que a lo mejor su
hermanilla, abandonada a su suerte en el Pueblo, pudiera
con suerte terminar con sus hambres aquella misma noche.
Fue por entonces cuando
mi Abuela se enteró de que “Las-de-Auxilio-Social” se
iban a llevar a LaJuanilla, -MiJuani- a un
hospicio de Jaén o de Madrid, -yo no me puedo acordar
porque aún no estaba-. Se la llevaban "por caridad",
porque, “¿...qué iba a hacer una criaturita de cinco
años sin familia ninguna que mirara por ella, que no
fuera pedir de puerta en puerta, arrastrando una talega
en la que recoger los mendrugos del poco pan duro que,
por enflorecido,
se desechaba en las casas más pudientes; o alargar con
su escuálido bracillo una lata de Dios sabe qué
procedencia, con el asa estañada, para que le echaran el
aceite mil veces refrito, sobrante de los fogones? ¡Y
eso, sin contar que algún repijotero no la preñara en
mitad de una era, en cuantico se hiciera mujer y se
convirtiera en un pendón sin hombre propio!”.
Mi Abuela, que renegaba de los hospicios
sabe Dios por qué, la mandó recoger en su cortijo y,
durante las largas temporadas que ella pasaba en Madrid,
devolviéndole a su “muerto en Paracuellos” todas las
lágrimas que él le había dado de balde y al contado en
vida, la dejaba al cuidado –y al servicio- de los
Caseros.
En la Cena de Navidad de
1991
Así fue como MiJuani,
apenas con seis años, aprendió, a ser criada de quienes
tenían el privilegio de ser, a su vez, criados fijos de
cortijo con vergel propio, y poder comerse unas gachas
con nabo sin tener que vérselas cara a cara con la
miseria más tozuda, ni tener que esperar ‑desesperados-
a que los apartaran con su dedo extendido los manijeros
de los cortijos, que iban a la plaza del pueblo, rayando
el alba, a buscar mano de obra temporera para el tajo de
un día, entre los oscuros parados, comidos por
la necesidad, que se amontonaban al amanecer en la plaza
esperando tener la fortuna de que ese día los empleara
algún “amo”.
Por entonces, MiMadre se casó. Y
mi Abuela le traspasó a MiJuani que, con sus
bracillos de siete años (arriba o abajo; porque nunca
supimos bien en qué año habría nacido la “sin-papeles”)
apenas puso ser niñera mía, pero compartió conmigo algún
puche que otro del engrudo de agua y harina tostada, que
era todo lo que había en aquellos trabajosos años para
las papillas de los recién nacidos.
Cuatro años más tarde
nacería mi segunda Hermana, MiConchi; y a ésta sí
que pudo ya MiJuani acarrearla mal que bien como
una madre enana. Aún recuerdo cómo arrastraba hasta los
pies de MiJuani aquel capote
gris de paño basto con que envolvían a la criatura.
Para cuando nació MiMay, la
tercera, MiJuani tenía dos años más de penas, un
corazón tocado ya en mitad de sus válvulas por
tempraneras fiebres reumáticas, y la suerte de que mi
Padre se hubiera cansado de semejante prole de hembras.
Así fue cómo desterraron del dormitorio conyugal los
llantos nocturnos de mi Hermana pequeña que pasó a
formar parte inseparable de las noches infantiles de
MiJuani. Uña y carne fueron mi Hermana y ella; como
si quien la hubiera parido no fuera mi Madre sino
MiJuani.
Crecimos las cuatro juntas, como hermanas
de leche, teja y plato, (aunque cada quien en su sitio,
como se estilaba entonces); triscamos juntas, nos
peleamos y nos abrazamos en una fidelidad de
“señoritas-criada” sin distingos y, cada tarde,
desaprendíamos, a peñonazo limpio, por las eras del
Pelotar, en mitad de la escuela callejera y pueblerina,
lo que las Monjas nos enseñaban a mis hermanas y a mí
junto a pupitres sin brasero y altares de los
asfixiantes meses de Mayo del Venid-y-vamos-todos.
Última cena con mamá
Hasta que pasó lo que tenía que pasar: la
muerte nos separó a los vivos, y nos arrancó del Pueblo
camino de un Colegio donde acabar de olvidar a duras
penas la infancia cerril y sin cautelas.
Mis hermanas al Norte. Yo al Centro de
esta España, como ración doble de separamientos
huérfanos. Sólo las larguísimas noches en el tren,
camino de los Colegios, nos sirvieron de consuelo.
Fue cuando murió mi Padre de repente, sin
previo aviso –yo no había cumplido los catorce años-, y
nos mandaron a mis hermanas y a mí internas a los
Colegios, desgajándonos a las cuatro.
Entonces, MiJuani dispuso de su
corazón agotado y de su querencia de niñas chicas de tal
manera que mi Madre no tuvo otra opción que enviarla con
mis hermanas al Colegio para que no le diera un torozón
de ausencias mal llevadas, mientras LaGrande, que
era yo, aprendía las primeras soledades y abandonos que
luego han sido el sino de mi vida. Eso sí: una vez más
se establecieron las fronteras invisibles de la cuna:
mis Hermanas ocuparon los helados dormitorios colectivos
de SeñoritasInternas, y MiJuani una cama
de latón en las habitaciones del servicio, en la parte
más alta del Colegio de Zaragoza.
Un día, regresamos de los estudios, ellas
por su lado y yo por el mío, como si no nos
conociéramos. Habían sido varios los años de separación,
en colegios distintos y en alejamientos de
irrecuperables metamorfosis adolescentes, quebradas por
los kilómetros. Así fue cómo aprendí que lo que se
separa en la infancia se quiebra para siempre, dejando
una lejanía amarguísima y eterna entre los ojos.
Por entonces, MiJuani me retiró el
tuteo, y me convirtió en LaSeñorita; porque -como
me dijo con no muy buenos modos- si yo “no tenía el
talento de saber que, cuando se aprobaba
”la-reválida-esa”, se tenía el título de “doña”, allí
estaba ella para meterme en vereda y enseñarme maneras”.
Fue una de las muchísimas lecciones que me enseñó
MiJuani: “Señorita: si usted no se tiene un respeto,
por mucho que le cueste imponérselo a los más cerriles,
no reclame que el personal se lo dispense de fia’o,
teniendo como tiene menos talento y menos tino que el
que usted debiera tener por su linaje”.
¡Ah, el linaje…!
MiJuani
fue una filósofa analfabeta, que malamente se enseñó a
leer y a escribir en mi primera escuela nocturna,
mirando de reojo las libretas de las otras mujeres,
cuando yo era ya MaestraNacional de
Alfabetización de Adultos, y ella mi fiel acompañante en
aquel barrio de extrarradio de Jaén en el que empecé a
ejercer.
Pero, por encima de
cualquier otra cosa, MiJuani se entendió con mi
Madre durante toda una vida como su verdadera hija,
mientras nosotras hacíamos orado
de nuestro propio destino por caminos alejados. Hasta
que nos fuimos de casa para siempre.
Juntas vivieron, y soportaron soledades,
arrimándose la una a la otra como dos huérfanas de
hijas, hasta que mi Madre murió.
Desde entonces, desde que
mi Madre murió, MiJuani ya no se hallaba. Se le
había muerto SuSeñora, la única con la que tuvo
un arrimo en aquellos larguísimos días de invierno en
que nosotras nos íbamos a la escuela, y ella y
SuSeñora se quedaban esperándonos junto a la
chimenea en el Pueblo; o cuando nos fuimos a nuestras
propias casas dejándolas a las dos solas, como dos
viejas prematuras que hubieran aprendido del silencio la
maestría de hablarse con los ojos. Mi Madre fue la única
que abrazó a MiJuani como a una hija parida a
destiempo. La única con la que compartió soledades de
vejez abandonada y silenciosa. Así fue MiJuani.
Así fue Madre
La única que, tardíamente, cuando
MiJuani ya no podía dormir en una cama porque se
ahogaba, y dormía en una silla a los pies de la cama de
SuSeñora, la convenció de remendarse el corazón
en un quirófano, para alargarle malamente la vida, sin
darse cuenta de que con ello la condenaba a tener que
llorarle a Ella la muerte anticipada en lugar de poder
emprender juntas el camino de ida sin vuelta.
Algunas noches, después de aquello de los
quirófanos y de los remiendos en carne viva, cuando ya
mi Madre se había ido por el camino de siempre, llegué a
dormir en la misma habitación de MiJuani y, en
mitad de la noche, mientras escuchábamos el murmullo
metálico de sus válvulas, me aturdía con el resignado y
alegre senequismo de sus sentencias:
-¿Lo escucha usted, Señorita…? ¿No es
verdad, Señorita, que este tintineo de mi corazón nos
hace “compaña”? Eso es que MiSeñora parece que se
hubiera olvidado un cascabel dentro de mis entrañas para
contarme el tiempo que nos queda para juntarnos otra
vez…
De nada han servido los remiendos de
marcapasos y costurones. MiJuani tenía cada vez
más desgana por vivir y más prisa por reunirse con
SuSeñora.
Y esta madrugada, no ha querido esperar
más; como si quisiera recordar aquellos trenes de
nuestra infancia, se ha subido al último vagón, al vagón
de cola de este último día de Abril, y se ha ido con
Ella, con SuSeñora, sin tener el miramiento de
convidarnos al viaje ni a mis Hermanas ni a mí.
¡Te me has muerto, Hermana, entre dos
luces, como un viejo tren de carga que llega jadeando a
su destino!
A
la Izquierda MiJuani, poco antes de morir, con
Latifa, que también murió cuando no debía
¡Lástima! ¡Qué poco me he aprovechado de
tu elemental sabiduría para amar!
¡Y cuánto te he querido durante este
larguísimo y efímero viaje!
*
Gracias, JuaniMía, por tu último
regalo: Por fin estoy llorando desconsoladamente, como
no lo hacía desde hace años, a pesar del dolor acumulado
en estos tiempos de alargada soledad silenciosa.
* * *
A MiJuani, QUE MURIÓ DE MADRUGADA
Curtida como estaba en tu sosiego
-o hecha ya
a que tu voz y tus palabras se
escondieran
detrás de cualquier puerta, o dormitaran
debajo de la cama cautelosa,
o llegaran de lejos por un cable…-
no me hago al silencio repentino.
No me hago a la nada de no oírte.
Tu corazón cansado de metales
de válvulas, de yerros y de penas
se fue desconectando de la vida
con demasiada prisa, con sigilo.
Te lo dije. Y no me hiciste caso:
Abril es mes de flores.
Y morirse
en un mes florecido es un abuso
aunque tú tengas prisa por llegar
y yo miedo a perderme en soledades...
Y te me has muerto, Hermana, entre dos
luces,
igual que un tren de carga fatigado
de acarrear dolores florecidos
que llega a su destino jadeante.
Desde mi desconsuelo clandestino
voy a segar la lengua de las flores
y a llenarte la ausencia con flores el silencio.
En un 30 de Abril de 2007
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