Nunca
creí que tener un escudo de armas, un apellido ilustre,
o cualquier otro título honorífico, fuera algo más -ni
menos- que adquirir una obligación para los que vienen
detrás.
Algo
así debieron creer mis antepasados, cuando puedo ir
escarbando en sus vidas sin encontrar en ellas nada que
no pueda escribirse sintiéndome honrada por ellos.
Desde
aquí los honro yo, y bendigo su buen hacer, a veces
lindando con lo extraordinario |