CARTA ABIERTA

A LA SEÑORA DUQUESA DE ALBA

(Y dos)

 Mi Señora DoñaDuquesa:

Ahora sí que m’ha mata’o usted.

Con el refocilamiento que me entró a mí ayer, cuando anunciaron su boda, no estaba yo dispuesta para este leñazo.

Perdoneme si comienzo esta carta pasando por alto las más elementales normas del género epistolar, pero es que, desde que me he enterado de que ya no hay bodorrio, se me han caido al suelo los palos del sombrajo, y ando yo en un sinvivir, mientras mi legítimo, abanico en ristre, lleva el pobretico mío más de una hora intentando que se me pase el torozón y el tabardillo que se me han metido en los entresijos en cuantico han soltado la noticia en el programa ese de TeleCinco que hay después del novelón de la sobremesa.

¡Pero, mujer de Dios! ¿No estaba usted tan bien dispuesta a sacar la cara por sus colegas las mujeres pasadas de fecha? ¿No andaba diciendo usted que la boda se celebraba –un decir- por encima de su cadáver?

¡Anda que no le había puesto yo ilusión al asunto! Como que, nada más oír eso de que se casaba usted mismamente con un mozuelo enterizo y sin madurar, fui y me dije “ésta –con perdón por las confianzas- sí que es un ejemplo para las mujeres que, aunque hayamos nacido antes de tiempo, aún estamos para echar una carrera a pelo”. Ésta acaba de una vez para siempre con el cirio de que en lo que tenemos que estar las abuelillas en desuso es en los novenarios. Y, en los ratos libres, si las hinchazones de la artrosis lo permiten, ponernos a tejer puntillas de croché para la mortaja, en lugar de tirarnos a insensateces de amoríos y seducciones trasnochadas.

Estaba yo tan segura de que por fin, una abuelilla iba a redimirnos de la malquerencia de nuestros herederos…

Porque estará usted conmigo en que mucho hablar, mucho hablar, pero no hay una que dé la cara y publique a las claras que los sofocos y las palpitaciones que a todas nos acometen todavía no son reliquias posmenopáusicas, sino alborotos primaverales tardíos metidos desfases de otoños traicioneros. Tal que como los higos invernizos, que maduran por la Pascua.

Porque sabrá usted,  mi SeñoraDoñaDuquesa,  que las hay que van por ahí dándole a la “muí”, como si se fueran a comer el mundo, y luego, ¡nada de nada!

 Por ponerle un ejemplo, ahí tiene usted a la muy dicharachera de la ConchaVelasco, que, cuando se cansó de los adornos virtuales que dicen que le arrimaba su legítimo por encima de las cejas, fue y le dio la cuenta, lo puso en la calle, y ella se echó a la calle y soltó aquello de que “a mí no me gustan los hombres de mi edad porque son muy mayores para mí”.

¡Toma ya!, se dijo una servidora, siempre tan crédula y tan tontaina, mientras preparaba el banderamen para salir en manifestación reivindicativa de maromos sin desgastar.

¿Qué cree usted que pasó?

Pues que casi me dan los óleos esperando que la muy dicharachera pasara del dicho al hecho y empezase a lucirse en público con un noviete que no fuera de su edad. Pero… ¡Ya, ya! Ahí tiene usted a DoñaConcha, más Doña cada día, y cada día menos concha.

¿Y qué me dice de la DoñaBaronesaTissen? ¡Mucho ruido y pocas nueces! Dar campanadas, sí que da alguna; pero de hacer sonar campanas de boda, tararíQueTeVi. Que ella ya tuvo réplica y dúplica en la vicaría y no se arriesga a que la tupan por un tercer casorio desmejorante, aunque la tupan por descasorios anteriores.

¿Y de la difunta (q. D. t. e. s. g) DoñaDuquesa-de-MedinaSidonia?

¡Más de lo mismo! Porque, tan roja y tan echá’-p’alante que era ella en su juventud, que hasta estuvo en la cárcel por pensar como pensaba y encima decirlo sin miramientos, y, como dicen en mi pueblo, “a la vejez, viruelas”; que después de tantísimos años de amor del bueno con su secretaria, no fue capaz de matrimoniarla hasta que no se vio dando las boqueadas y a punto de entregar la cuchara; y de seguro que no lo hizo antes “por el qué dirán”. O, a lo mejor, para que no le fastidiaran con “j” las nupcias como parece que han hecho con usted.

Usted comprenderá que todas esas cosas a mí me tenían desalentada, y, -por qué no decirle- más bien metida en desazones por lo que ayer mismico le decía en mi carta a DonJaimePeñafiel: que una todavía tiene cuerpo de jota, y que se pone como poseída cada vez que un mozo de los que ahora se llevan le requiebra por la espalda, antes de darse cuenta del cuarteado de la fachada. Lo cual que andaba yo en quebraderos de cabeza, pensando que, como esas calenturas no debían ser muy corrientes ni muy normales cuando ninguna de las de mi quinta parecía padecerlas, eché yo en pensar en ponerme en tratamiento intensivo de bromuro, y ya me estaba haciendo el cuerpo a congraciarme de nuevo con el clero, a ver si, entre cura y cura de los de no pecar, -que dicen que todavía quedan-  encontraba un buen exorcista que quisiera sacarme los demonios de la impudicia de estas hechuras en trance de fosilización, y más rancias que el tocino añejo.

Y en esas, va usted, con esa gracia que Dios le ha dado en restaurarse cual cuadro de Goya en su época de colorines, y sale diciendo que va a casarse con un mozuelo de aquí te espero, con varias docenas de años menos que usted, porque, una vez enamoradiscada, usted se pasa los ochenta años que lleva vividos por el forro de sus pololos para poder quitarse los idem previa santificación de la coyunda.

 Yo, en cuantico le oí decir que, coincidiendo con el decenario del hipismo del 68, iba a practicar lo de hacer el amor por lo legal, por ser algo más fatigoso para sus años, pero menos pornográfico que la guerra, me eché a buscar fotografías suyas para copiarle el estilo, -que ya sabe usted lo aficionada que es una a las abundancias, a la bisutería, a los colorines y a los perifollos encima de la cabeza, sobre todo si alguien de su alcurnia los ennoblece luciéndolos sin recato-. Y, una vez acicalada, fui y me dije: Titi, se acabaron los miedos, que ahí hay una fémina que aún tiene lo que hay que tener  (por cierto, ¿sabe usted lo que hay que tener, que todo el mundo lo mienta?) para ponerse al mundo por montera, salir al ruedo y lidiarse hasta a los cabestros con su mejor faena y con la solera que los siglos dan. Me pensaba yo, DoñaDuquesa, que floreándome a su estilo, de la manera que puede ver en el retrato que adjunto a esta carta, estaba dispensada de culpa carnal, y alcanzaba licencia para refrescarme las calores otoñales con las brisas frescas de cualquier mozalbete que se me pusiera a tiro, previo enamoramiento de ese que mete en palpitaciones el costillar izquierdo de las mujeres aunque estén por encima los 100 años.

Entonces, cuando ya estaba yo en disposición de arranque, va la televisión y dice que ya no hay boda. Que “el qué dirán” se ha convertido en todo lo que han dicho unos y otros, y que hasta ha habido reconvención monárquica para meterla a usted en razón y a mí en un ay de desesperaciones.

Y encima van y cuentan que está usted muy triste porque ese primor de hombre que usted ha dejado al pie del altar como quien dice es “lo que más quiere en el mundo”.

¿Pues sabe qué le digo yo, SeñoraDoñaDuquesa? Que si usted está triste, más tristes estamos la legión de ViejasGlorias, a las que nos ha dejado usted tiradas cuando estábamos relamiéndonos y a la espera de que empezara usted el melón para poder seguir comiendo todas de él.

Usted tiene la culpa de que se nos hayan ido las colores a las dos sobre el retrato de las locuras posibles y nos hayamos desteñido otra vez en blanco y negro. Tal parece que lo único que nos queda de color a las viejas es el color de las flores del velatorio.

Pero yo no me conformo; ya se lo digo. Fíjese usted si no me conformo que ya he enviado un MailMasivo a todas las que vamos resistiendo el paso de los años sin que se nos pase lo demás, proponiéndoles que creemos la Asociación Femenina de Pololos Viejos, para poder echarnos a las barricadas, y derramar nuestra sangre contra el enemigo de “el qué dirán en los enamoramientos tardíos”. Por supuesto que va a ser una asociación sin fines lucrativos, e incluso es posible que, con tal de sacarle a usted y a otras tan cobardicas como usted las castañas del fuego, acabemos arriesgando lo poco o mucho que a cada una de nosotras nos quede todavía de vergüenza y buen nombre. Incluso es posible que alguna acabe con la camisa de las mangas largas atadas a su espalda, cantando desaforada lo de “CabezasNevadas” mientras se inscribe en la cátedrambulante donde prestaban los pololos de fiado.

Lo último que quiero echarle en cara es haber traicionado a sus colegas las féminas, en este machorro partido de futbito donde “ellos” nos están metiendo todos los goles, sin que nadie les miente a su madre y, encima, riéndoles la gracia –que la tiene-.

Porque, ¿…qué me dice usted –por tirar por lo alto- del SeñorSultan-de-Brunei. ¿Sabe usted cuántos años le saca a su última legítima?

Y, ya puestos a hacer recuento, le miento a alguno más: JulitoIglesias, el difunto Papuchi, el Presi de “La Dulce Francia”; algunos de los más destacados  prebostes navieros, fontaneros, ladrilleros, financieros y menos financieros de “La Gentil Castilla”; el Alcalde de…, bueno, de esa ciudad; el parlamentario aquel de Londres que se casó con la BienVenida…

 No, si de seguro que usted, que anda más por esos mundos del poderío, se sabe el doble de nombres que yo.

Y ahora sí que me despido de usted, porque en el tocadiscos está sonando una copla que a mí me gusta muchísimo, y que dice:

…Yo quisiera ser civilizado como los animaleeeeees.

¡Uy!

¡Es que me priva!

Me recuerda mucho mi infancia en el cortijo… Cuando no eran precisos los servicios del  mamporrero por muy vieja que fuera la jaca si se le echaba un borriquillo nuevo y sin mataduras.

¿Usted me entiende?

Gaviola en Marineda. En un 26 de Agosto de 2008