181/2006

Inolvidos

Fue suficiente con entornar los ojos; apagarlos:
allí estaba el dolor iluminando llagas
con luz descolorida.
Agrandando
cada silencio nuevo,
cada palabra ausente,
cada beso arrancado del labio corrompido.

 Allí estaba el relámpago fugaz de la tormenta:
espasmo de la noche,
engañoso destello
muerto sin extinguir
su singladura.

Y el eco, y la lujuria haciendo viejos nudos
sobre los arriates de un manantial marchito.

¿A qué trazarle cauces
a una envoltura herida de abandonos?

 ¿A qué seguirte amando?

 

 

 

 

 

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