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RECORDANDO A CATI COBAS
La Cronista Argentina

     

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 CATI-CRÓNICAS                                                                                                   

 

Siga el Corso
Caticrónica a pedido


Dedicada a la inolvidable Señora de Mágina Mágica, Doña María Socorro Mármol Brís
*   *   *

         A veces pienso que el escritor argentino Alejandro Dolina tiene un poco de razón cuando dice:

 Tal vez, ha llegado el momento de comprender que los criollos no hemos nacido para ciertas fantochadas que pertenecen al espíritu de los brasileños. Tengamos, eso sí, fiestas y reuniones populares. Pero no dejemos de ser quienes somos. Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupémonos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad. A lo mejor, los Carnavales de antaño, tan añorados por los animadores de la radio, no eran más que eso: una reunión de gente triste que buscaba consuelo”.

          Eso sí, para Aurora, mi mamá, “Carnavales” serán para siempre los que mentaran García Jiménez y Aieta en el inolvidable “Siga el corso” de 1926.

 “Esa Colombina
 
puso en sus ojeras
 
humo de la hoguera
 
de su corazón”.
……………………………………………………..

Prolegómenos

          Francisco había alquilado el mateo con varios días de anticipación. Cuando veía partir a Aurora, cargando sus libros de Francés, envuelta en el guardapolvo blanco con tablitas impecables, soñaba con que fuera su esposa. Y esa noche de sábado de Carnaval podría ser para él: “el gran día”.

          Estaba empezando la carrera como oficial de policía, y eso le daba un cierto “pedigrí” para la conquista. Allá, por el treinta y seis, las maestras no agarraban viaje con cualquiera porque estaban muy bien cotizadas a la hora de trabajar. Y, por otra parte, eran pocos los que se les atrevían (eso de ser “leídas” asustaba mucho), por lo que, muchas veces, su destino era una digna y elegante soltería. Esa tarde de febrero, Francisco se afeitaba con mucho cuidado, mientras contemplaba la camisa almidonada que Doña Rosa, la autora de sus días,  le había dejado primorosamente colgada en una silla. “Con esta pinta y en mateo, no se me va a escapar la piba” –pensaba- y se decía que esa parte tan importante de su sueldo, destinada a pagar el carruaje, era una buena inversión, en pos de su objetivo.

 Aurora, por su parte, mientras enroscaba los bigudíes de su croquignol[1], imaginaba  cómo se luciría esa noche con el traje de raso rosa y negro que le había cosido Isabel, su mamá. Sería un Colombina de lo mejor. Isabel no había escatimado nada. ¡Hasta zapatos nuevos! ¡Y el antifaz con plumas!  

Si bien Francisco era muy buen mozo, la muchacha no terminaba de sentirse subyugada por el galán, que le resultaba un tanto rústico, pero no iba a perder la oportunidad de pasear por el Corso[2] de Cafferatta  pavoneándose en el mateo[3], en vez de hacerlo a pie como la mayoría de sus amigas.  

Isabel, por la suya, planchaba el traje de seda floreado que se pondría luego porque, en este caso, le tocaba oficiar de chaperona[4]. No iba a dejar sola a su Aurora en manos de ese gavilán que todavía no había dado señal concreta alguna de sus pretensiones con respecto a la hija. Aurora era una muchacha de familia, y no iba a andar en ningún mateo sola, para ser después la comidilla de todos los vecinos…  

Pocholo (se llamaba Marcial, pero en esa época los sobrenombres cundían), siete años menor que su hermana, jugaba al carnaval a balde limpio en la vereda[5], y se ponía de acuerdo con sus amigos para ir después al Corso. Isabel le había dado algo de dinero. Pensaba hacer acopio de serpentinas y papel picado[6]. El agua florida[7] en pomo no le interesaba, todavía, porque formaba parte de los juegos de seducción, y a él lo único que le compelía era divertirse.  

Marcial martillaba la suela del zapato en la banquilla, alegrándose internamente de que su mujer se ocupara de acompañar a Aurora. Él pasaría esa noche de Carnaval de la mejor manera: leyendo los rotograbados de La Prensa del domingo anterior que en la semana no había podido terminar de leer. Después, unas buenas sopas mallorquinas, y a la cama. Que Isabel y los hijos disfrutaran  el Carnaval a sus anchas. Y todos tan contentos.  

  “In situ”  

El nuevo Barrio Cafferatta, de casas a la inglesa, todas igualitas, parecía lustrado en esa tarde noche. Las tejas coloradas relucían tanto como los cientos de farolitos de papel que engalanaban la plaza central. En el centro de la misma: el escenario para las comparsas; a un costado, el lugar para “la típica” que iba a animar el baile posterior al desfile y el concurso de disfraces. Ese Carnaval iba a ser, sin duda, inolvidable para los habitantes de esos barrios nacidos al compás de la inmigración y el trabajo, de esos barrios en los que la gente compraba un terrenito para comenzar a construir la casita propia a fuerza de buena administración y muchas horas de espaldas dobladas sobre banquillas, mesas de corte o máquinas de coser.  

……………………………………….
Cruza del palco hasta el coche
la serpentina nerviosa y fina
como un pintoresco broche
sobre la noche del Carnaval... “

………………………………………

          La Cruz del Sur espiaba, curiosa, el desfile de máscaras.  Colombinas y Pierrots compartían el escenario con pieles rojas y marquesas, payasos y “comboys”, -que así se llamaba a los vaqueros del Lejano Oeste por aquí-. El repicar de bombos anunciaba a “Los Cometas de Boedo”, que daban comienzo a la llegada de las comparsas porteñas de gracejo intencionado y chabacano, y ritmo con pretensiones de candombe mortecino.  

Aurora resplandecía detrás de su antifaz de plumas, mientras Francisco se deshacía en galanteos, y el mateo giraba alrededor de la plazoleta del Barrio Caferatta. Isabel fingía escuchar, con desagrado, a las comparsas y sus canciones picarescas, poniendo cara acorde a una matrona de la época que debía imponer respeto.  

Pocholo, en tanto, cada vez que el carruaje pasaba delante de sus narices, procuraba arrojar serpentinas apuntadas directamente al rostro del galán de su hermanita para oprobio y bochorno de la misma. Entre tanto, sus compañeros de farra gritaban : “araca la cana”, pues el pretendiente solía levantarlos en peso bastante a menudo cuando hacían de las suyas a la hora de la siesta, y no le iban a perdonar la vida justo en el momento en que lo tenían “engrillado” por los ojos de Aurora detrás de la máscara.  

Francisco se declaró en un aparte, y Aurora, coqueta,  prometió pensarlo. El Olimpo hubiera podido darle albergue a juzgar por el nivel de su autoestima. Realmente era una diosa con el traje que realzaba su cintura fina. Y la solicitud de Francisco no la tomaba por sorpresa, pero iba a pensarlo, a darse tiempo. No obstante había sido aquella una noche maravillosa. Su mejor noche de carnaval.  

Aurora decidió quitarse el antifaz para descender del mateo, y bailar algunas piezas con Francisco en el baile que, a esa altura de la noche, estaba en su apogeo, al costado del escenario. Isabel prefirió contemplar la escena encaramada al mateo, y pensando qué lejos estaba de su isla mediterránea, y qué bien había hecho en venir a estos pagos donde, día a día, sus cosas iban cada vez mejor. Pocholo no se atrevió al “cuerpo a cuerpo” con el policial bailarín. Se conformó con una batalla de papel picado  entablada entre su barra y la de Asamblea al sur, que era mucho más brava.  

Fue comenzar el baile, y tener Francisco, a partir de ese momento, un cambio inexplicable. Lo invadió una sonrisa de costado, casi socarrona, y el silencio más sepulcral se apoderó de él.  No es que hubiera dejado de ser seductor o amable, pero bailó como de compromiso, mientras apuraba el regreso sin muchas explicaciones. Aurora, desconcertada, volvió a colocarse el antifaz y subió al coche de caballos que la depositó, junto con su mamá y su hermanito -a esa altura Isabel había logrado que lo invitaran a volver a casa junto con ellas en el mateo-, en la puerta de su casa.

…………………………………….  

No finjas más la voz, abajo el antifaz,
tus ojos por el corso van buscando mi ansiedad...
Descúbrete, por fin; tu risa me hace mal...
¡Detrás de tus desvíos todo el año es carnaval!

……………………………………………..  

Aurora fue derechito al espejo. Quería disfrutar por última vez de su imagen joven y elegante. De su belleza de Colombina recién estrenada. Se quitó el antifaz nuevamente, pero ahí comprendió la sonrisa del policía metido a conquistador de colombinas: ¡el rimmel, desleído por el calor y los bordes del antifaz, había convertido a la frágil Colombina en un primoroso mapache[8] digno de cualquier bosque boreal!  

   Epílogo:  

          La plazoleta del Barrio Cafferatta está ocupada actualmente por la escuela primaria municipal Antonio Zinny. Mi papá se llamaba Tomás. Francisco fue el padre de la célebre “Pestita”, protagonista de otra de mis historias barriales.  

Cati Cobas

*   *   *

Gracias, Cati. Por volver a contarme la historia que me contaste mientras paseábamos por el Barrio Cafferatta

Y Aurora, la que yo conocí, creo yo aún, dentro de su silencio,  sigue soñando con aquel Corso…

Gaviola
   Noviembre de 2005

 

[1]CROQUIGNOL, croquiñol en castellano. Palabra de origen francés, muy utilizada en Argentina para mencionar los rulos (o ruleros, allí), de rizar el pelo. Como curiosidad: hay una Editorial en Argentina dedicada a escritos eróticos.

Para muchas mujeres españolas, el croquiñol era la permanente simplemente.

 

[2]  Fiesta argentina callejera, popular y nocturna, al estilo de las verbenas españolas, y que se celebra en los barrios por carnaval, con bailes, juegos, disfraces y todo tipo de entretenimientos.

[3] MATEO: Fue un carruaje de época al que también se le llamaba "Victoria". Uno de los MATEOS más emblemáticos fue el que, manufacturado en París, y terminado el 3 de Octubre de 1903, con el número de fábrica 1427, fue llevado directamente a Bahía Blanca (Argentina), en 1927. Comprado por  el Señor Manuel Jesús González, lo utilizó para pasear a personas, tal que como un taxi actual, aunque con tiro animal. Posteriormente, por analogía, se llamó MATEO a los viejos relojes-contadores de los taxis argentinos.

[4] CHAPERONA:   mujer, generalmente mayor,  que acompañaba a una jovencita para protegerla en sus salidas callejeras. Eran en Argentina algo así como las  carabinas” españolas. Como curiosidad, “chaperonas” se llaman a ciertas proteínas que tienen funciones desintoxicantes sobre otras más endebles.  

[5] Acera.  

[6] Confeti.  

[7] AGUA FLORIDA: Perfume famoso usado por las mujeres argentinas. Tango: Tango Argentino compuesto en 1928 José Gobello, letra de Fernán Silva Valdés u música de Ramón Collazo.

Agua florida, vos eras criolla.
Te usaban las pobres violetas del fango
de peinados lisos como agua'e laguna,
cuando se bailaba alegrando el tango
con un taconeo y una media luna.
Perfume del tiempo taura que pasó,
pues todo en la vida ha de ser así,
cuando las percantas mentían que no
mientras las enaguas batían que sí.
 
Chinas,
sencillas y querendonas,
que al son de las acordeonas
bailaban un milongón;
Chinas,

que oliendo a agua florida
se metían en la vida
a punta de corazón.
Agua florida, vos eras criolla
de cuando una viola tocaba de prima
y otras la cuarteaban dando la bordona,
y un ramo de taitas era cada esquina,
y la vida era linda y guapetona.

Vos eras del tiempo del gacho ladeao,
de la mina airosa anclada al bulín,
del lazo en el pelo, del percal floreao
y de la academia y el peringundín.
 

[8] Animal de la familia de los roedores, de porte medio, muy atrevido, que se sube en los brazos y espalda de los visitantes de las zonas donde vive (selva y zonas boscosas) en busca de alguna comida.

 

Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver
  no habrá más pena 
  ni olvido.

 

 

 

Lejana tierra mía
bajo tu cielo,
bajo tu cielo,
quiero morirme  un día
con tu consuelo,
con tu consuelo.
Y oír el canto de oro
de tus campanas
que siempre añoro;
no sé si al contemplarte,
al regresar

 

Acaricia mi ensueño
el suave murmullo
de tu suspirar.
Cómo ríe la vida
si tus ojos negros
me quieren mirar.
Y si es mío el amparo
de tu risa leve
que es como un cantar,
ella aquieta mi herida,
todo todo se olvida.

 

Sentir...
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada,
que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra.
Vivir...
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez...

 

 

 

Llora la calesita
de la esquinita
sombría
y hace sangrar las cosas
que fueron rosas
un día...
Mozos de punta y hacha
y una muchacha
que me quería...
Tango varón y entero
más orillero
que el alma mía...
Sigue llorando el tango
y en la esquinita palpita
con su dolor de fango
la calesita...

 

Cuántos, cuántos años
han pasado
grises son los días
de mi vida
loca, casi muerta,
destrozada,
con mi espíritu amarrado
a nuestra juventud.

 

 

 

 

!Ay Aurora¡,
me has echado al abandono.
Lo, que tanto y que tanto te he querido !Ay Aurora¡,
me has echado al abandono.
Lo, que tanto y tanto te he querido
y tu negra traición me echó el olvido
 !ay Aurora¡
 si te amo todavía.

 

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