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Fecha:  lun mar 21, 2005  6:08 am

Asunto:  LA VISITA DE LA MÁGICA SEÑORA – Cati-Crónica

Mensaje 211031 en el Foro SENSIBILIDADES

  LA VISITA DE LA MÁGICA SEÑORA

(Caticrónica)

            Mi Buenos Aires recibió a Gaviola/ Socorro con lluvia pertinaz y cielos grises. Pero la Mágica Señora de la Sierra Mágina, que voló muchos kilómetros -porque un recorrido por mi tierra incluía, además de los Glaciares y las cataratas del Iguazú, un encuentro con la que suscribe, -resolvió ignorar el agua y el viento, y decretó que mi
Buenos Aires tenía cielos azules y un escenario extenso como nuestra llanura. Resolvió además, y por suerte, aceptar mi invitación a tomar el té, y dispuso de la tarde de ayer para así hacerlo.

            A las Señoras Mágicas no se les discute, se las acata, porque tienen señorío para disponer. Y menos aún lo hace una señora silvestre y común como es mi caso. Por lo tanto, mi familia en pleno se dispuso, ayer domingo, a recibirla, junto a su cónyuge (que tampoco se atreve a contradecir sus visiteros designios, ya que es sabido que las Mágicas Señoras gozan de la aprobación de los Españoles Caballeros).

            Sabrán ustedes que no sólo fue un encuentro mágico: fue delicioso. Tenerla sentada frente a mí, corporizada, luego de imaginarla en el Chat del Foro, y pensar que venía de mi otra añorada tierra, la de mis raíces, fue como atar nudos desatados, cerrar círculos, recibir extraños mensajes de la vida. Escuchar sus observaciones, mirarla a los ojos ha sido tan hermoso que no puedo dejar de compartirlo.

            Mientras los chicos la escuchaban, -ojazos asombrados-, y los maridos procuraban poner el mundo en orden, la Señora Mágica y yo desgranábamos historias con batas de cola, lunares, castañuelas y tangos y milongas, tomábamos té, e imaginábamos, sin decirlo, nuestras vidas, con esa sensación indescriptible de estar en presencia de alguien muy, pero muy cercano; no de alguien a quien uno encuentra por primera vez.

            Mi madre, mientras tanto, contemplaba en silencio la escena y, seguramente, pensaba cuánto tiempo había transcurrido entre el momento en que ella buscaba emisoras radiales con la galena y esta época en que la gente hacía amigos tan entrañables a partir de una computadora. Mi madre, que también solía tener sus magias, resolvió adoptarla y regalarle, en prenda, un beso enorme y su nombre pronunciado con orgullo y dificultad: ¡Aurora! Ella, que fue siempre muy inteligente, comprendió en seguida que los visitantes merecían el honor de tamaño esfuerzo, y les dio lo poco que puede expresar con su voz tan añorada por mí.

            Fue una tarde inolvidable. Hasta nos permitimos saludar a los responsables primigenios del encuentro por el mismo objeto casi tan mágico como la visitante: nuestra computadora. Así transcurrieron las horas sin que se sintieran, hasta que llegó a su fin el encuentro en una tarde-noche, como ella dice, del día antesala del otoño por estos lares.

            La Señora de Mágina decretó que su presencia debía tener un testimonio vivo en nuestra casa, así que nos ha enviado una palmera que, desde hoy, preside nuestra sala. La primera vez que la vi pensé en América, pero luego advertí que también en Andalucía debía haber palmeras, de modo que anuncio oficialmente el bautismo de mi nueva y
verde compañera. Se llamará Gaviola, y me hará pensar que los sortilegios existen, y que de la pantalla de mi ordenador pueden surgir, de repente, seres tan entrañables como nuestra visitante de la víspera.

Cati Cobas
*
Nota de la que suscribe:

La Mágica Señora resolvió, además, ver lo bueno de mi tierra (es una
señora muy prudente y optimista) y paseó sus serranos ojos por
aceras rotas y muros descascarados, como si estuviera mirando el mejor museo madrileño. Recorrió, junto a su Jesús propio, las calles de San Telmo y se conmovió con el mercadillo, en el que se venden los despojos de muchas casas sacudidas por la crisis. Y es tan mágica que resolvió en un tris que todo irá mejor por aquí en poco tiempo, porque así se lo informaron los taxistas de mi tierra y, según ella, no hay en este orbe mejores observadores de la realidad económica
que estos señores que cruzan raudos la ciudad en sus coches negros y
amarillos.
Y yo le he creído a pie juntillas que mi patria verá otra vez días de gloria, ya que es de todos conocido que las Mágicas Señoras de la Sierra saben de los humanos muchas cosas que ellos mismos ignoran.

 *   *   *

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